“¡Qué libro de mierda!” fue lo primero que dijo y me parece
que no había leído ni veinte páginas.
Si bien este tipo de afirmaciones categóricas no es algo
raro en ella, en general son disparadas hacia las películas, los programas de
TV, los diarios o incluso personas. Es poco común que lo diga sobre un libro
que ella elige comprarse. Así que un juicio de semejante contundencia produjo
en mí casi una obligación a hojear el libro y constatarlo.
Lo que noté en una primera mirada es que la prosa se sentía
algo amateur. No tengo mucha justificación para esto, es algo que sentí leyendo
sólo unos párrafos. Posiblemente el autor no haya salido muy bien parado de la
trampa en que se metió, que es la narración en primera persona. Supongo que por
algo Borges a veces se usaba a sí mismo como protagonista, tal vez para poder
escribir en primera persona con su propio estilo. Por algo los narradores de
Hammett son personas parecidas a él, que también fue detective. Pensar en un narrador
que es menos educado y en definitiva peor escritor que uno mismo es una
paradoja estilística, posiblemente sólo sorteable con la ironía, pero aquí no
parece haber eso.
Pero igual lo siguió leyendo. Le molestó enormemente la
falta de homogeneidad en la duración de los capítulos, pero no sé si se detuvo
a analizarlo mucho. Simplemente le molestó.
Enseguida apareció la lista de diferencias con la película
El secreto de sus ojos. Lo primero que me comentó fue el tema que la obsesiona:
“El personaje de la mina no existe”. Cosa que anota un punto
a favor para la adaptación de el mismo Sacheri y Campanella, que le dio más importancia
a la mujer.
La excusa por la que apuntan al sospechoso (su conveniente
cara de asesino obsesionado en fotos familiares) le había arrancado algunas
puteadas al ver la película y lo mismo pasó en el libro. Opino que es algo
endeble, es cierto.
Ella me contó que en el libro nunca van a la cancha de
Racing, que Francella no muere heroicamente y que al final el tipo encuentra a
todos muertos, en lugar de vivos como en el filme, donde opta por encubrir al
marido secuestrador justiciero, cosa que a mí me resultó al menos dudoso con la
ética del personaje que se venía construyendo. Creo que el trabajo de
adaptación al cine fue a lo Hitchcock, es decir que se deja de la obra original
sólo la anécdota central y se crea un guión casi desde cero.
La última zona de la novela le resultó algo melancólica y de
alguna manera la reconcilió con su lectura. O sea que se calmó un poco.
Al final lanzó algunos improperios sobre lo innecesario de
adaptar novelas al cine y sobre lo innecesario de que se sigan haciendo más
películas en el mundo.
Lo único que me dejó en claro esta extraña aventura que fue
ver a mi mujer leer esto, es que no creo que jamás vuelva a comprar una novela
donde en la tapa haya una foto de Ricardo Darín.